miércoles, 17 de diciembre de 2008 7:52

Por Nelson Manrique

El escándalo León Alegría llama la atención sobre la estructura dual del Apra. Inicialmente ésta se justificaba por carácter insurreccional de la organización fundada por Haya de la Torre, que combinaba un aparato abierto, de trabajo sindical y de organización político electoral, y otro clandestino, conspirativo y militar. La larga clandestinidad reforzó los aparatos internos, que usaron el terror como arma, como cuando asesinaron al director de El Comercio, Antonio Miró Quesada, y su esposa, María Laos de Miró Quesada, el 15/5/35, y al director de La Prensa, Francisco Graña Garland, el 7/1/47.

Cuando el Apra se incorporó a la legalidad en 1956 su naturaleza cambió. El aparato clandestino fue utilizado en adelante para agredir a los competidores del partido –especialmente a los comunistas– rompiendo cabezas y manifestaciones, destruyendo sindicatos y aparatos de prensa rivales, dando pedagógicas pateaduras a los críticos del partido y sus dirigentes, etc. Fue la época de gloria del Búfalo Pacheco, en Lima, o Abel Bonet, en Huancayo, ambos asesinados después por comandos de SL.



Al llegar Alan García al poder en 1985 el aparato insurreccional clandestino dejó de tener función. Se ejerció más bien el terrorismo de Estado: la masacre de los presos senderistas en Lima, y la organización del “Comando Rodrigo Franco”, hechos en los cuales tuvo una actuación protagónica Agustín Mantilla, en su condición de Viceministro del Interior.

La motivación hoy ya no es la revolución sino el enriquecimiento personal, y los aparatos clandestinos no ejercen la violencia sino administran la corrupción. Hoy es inimaginable asesinar a los Miró Quesada y Graña y es mejor permitirles lucrar con los terrenos del aeródromo de Collique y, eventualmente, el Pentagonito. De esta manera, en lugar de mantener a El Comercio como un enemigo histórico, se le convierte en una versión bien redactada de La Tribuna.

Agustín Mantilla constituye una suerte de enlace entre la fase anterior y la presente. Estuvo en los hechos de violencia del primer gobierno aprista, pero terminó en prisión por recibir dinero de Vladimiro Montesinos. No delató a nadie, y guardó un estoico silencio sobre la identidad del propietario de los seis millones de dólares que le encontraron en cuentas en el extranjero (“¡Mantilla lealtad!”).

Haya de la Torre era profundamente ético en lo que al dinero se refería: “¿Plata? A mí no me hablen de eso –escribía en 1935–. Yo respondo: conciencia y dignidad aprista son el oro que necesitamos para el viaje”. Sus sucesores no tienen tales escrúpulos. Un alegre y expresivo lema, acuñado por uno de los líderes principalísimos de hoy, resume esta filosofía: “¡Para cojudos los fundadores!”.

El representante por antonomasia de esta tendencia, hoy, es Rómulo León Alegría. De él no cabe esperar estoicismo y lealtad alguna. Su exhibicionismo obsceno, que ha puesto en pública evidencia la cadena de arreglos y complicidades que lo blindan, no apela a ningún principio, sino al abierto chantaje de quien sabe mucho, y advierte que si habla provocará la caída de muchos.

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