miércoles, 24 de diciembre de 2008 10:01

Por Nelson Manrique

Debo advertir a los lectores que no estoy recomendando un menú para la cena navideña sino me propongo hablar (es un decir) de una historieta. El Cuy, de Juan Acevedo, popularizado hace dos décadas a través de la prensa impresa, ha reemprendido su andadura en formato virtual hace unos meses, en un blog creado por Juan (http://elcuy.wordpress.com/) El Cuy fue un referente fundamental para mi generación en los agitados años 80, que vieron el ascenso y la caída de la izquierda. A cuatro viñetas por día, Juan fue dejando un extraordinario registro subjetivo de lo que sucedía en el país: las inquietudes, certidumbres, dudas, marchas y contramarchas de una generación que pretendía cambiar el mundo, que creía que el compromiso era lo natural y que trataba de entender un país que siempre se mostraba como un desafío demasiado grande, en medio de (lo vendríamos a saber después) los tiempos más complicados de todo el siglo pasado. Tiempo en que, cuando florecía la organización popular, respirábamos la convicción de que era posible construir un mundo, otro, trabajando juntos, se desplegaba una inusitada creatividad y se vivía un gran florecer político y cultural: cómo olvidar El Caballo Rojo, el notable suplemento cultural de El Diario de Marka, que dirigía Antonio Cisneros, y la inigualable Monos y Monadas.



Pero también tiempos duros: de crisis, Alan en el poder, hiperinflación de dos millones por ciento, de las matanzas de SL, el comando Rodrigo Franco y la guerra sucia. Tiempos difíciles, en los cuales opinar ya era de por sí temerario. En esas circunstancias, el Cuy y el perro Humberto, su cervantino contrapeso, vivían sus aventuras, meditaban, discutían, actuaban, amaban, asumían sus compromisos como cualquier hijo de vecino, luchaban, y a veces hasta cosechaban algunas victorias. Histori(et)as que fueron recogidas en ¡Hola Cuy!, un pequeño libro hace tiempo agotado, que hoy es un tesoro para los admiradores de la tira.

El Cuy en el siglo XXI sigue siendo el mismo personaje entrañable, aunque tiene poca presencia, porque en las entregas que viene publicando Juan quienes han asumido el protagonismo en la historieta son sus hijos Chutito, Cutito y Tito, así como Anita, quien después de haber estado desaparecida desde la época de la violencia política ha reaparecido, recordándonos viejas heridas de nuestra sociedad. Anita era la hija más sensible del Cuy y la más apegada a él. Desilusionada por las dudas y vacilaciones de su progenitor, en medio de las complejas demandas del Perú de mediados de los ochenta, decidió irse con Senderito, un joven cuy enrolado en la subversión, muerto luego en medio de la vorágine de la violencia política. Anita pues desapareció, reapareciendo en estos días para ofrecer un testimonio de esa otra historia de la que los peruanos preferimos no hablar, y que sigue estando allí, quemando. Su relato es gran arte. No continúo la narración porque no quiero estropear a los lectores el placer de descubrir por sí mismos en qué andan esos roedores tan parecidos a nosotros. Ojalá el Cuy encuentre un hogar en algún diario, que le permita llegar a tantos jóvenes que preguntan sobre esos mismos temas que aborda Juan . Y a los lectores quiero desearles una Muy Cuyesca Navidad.

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